Dr. Dave Mulder
La inteligencia artificial no solo está llegando a las puertas de nuestras escuelas; ya está presente en las aulas, la sala de profesores y la oficina administrativa. Para los educadores, este momento puede ser emocionante e inquietante a partes iguales. ¿Es la IA la solución a nuestros desafíos educativos más urgentes? ¿O erosionará las conexiones humanas fundamentales de la enseñanza? Lo cierto es que la IA no es una varita mágica ni el fin de la educación. Como cualquier herramienta poderosa, su impacto depende de la imaginación, la sabiduría y el discernimiento con que la usemos.
Este es un llamado a los educadores y líderes escolares para que piensen profundamente, actúen intencionalmente y recuerden que el trabajo más esencial en la educación siempre será el trabajo humano.
Las historias que contamos sobre la IA importan
Nuestra imaginación sobre la IA influye en nuestras decisiones al respecto. Muchos hemos heredado imágenes de la IA de la ciencia ficción: robots útiles como R2-D2 de Star Wars o Rosie la Robot de Los Supersónicos, o peligrosos como Terminator o el Agente Smith de Matrix. Estas narrativas culturales pueden ser puntos de partida útiles, pero no son suficientes para guiar nuestra práctica. Tienden a simplificar excesivamente la IA, presentándola como ayudantes perfectos o como la causa de nuestra perdición.
En cambio, necesitamos historias más ricas y complejas. Historias que nos inviten a ver la IA como una herramienta —¡una herramienta poderosa y potencialmente transformadora, sin duda!—, pero que requiere creatividad, empatía y ética humanas para usarla bien. La Escritura ofrece precisamente esa perspectiva, ayudándonos a ver tanto la bondad de la creación como la totalidad de la caída, así como la belleza de la obra redentora de Jesús como la única solución a los efectos generalizados del pecado. Ver la forma de la Gran Historia de la Escritura puede darnos una mejor comprensión de quiénes somos y cómo fuimos creados para ser seguidores de Cristo. Estamos llamados a ser administradores de la creación, activos en la formación de discípulos y trabajando por la restauración y el florecimiento en el mundo. Ese llamado no termina cuando iniciamos sesión en una nueva plataforma impulsada por IA; de hecho, podría exigir aún más cuidado y discernimiento, especialmente al trabajar con jóvenes. Tenemos la enorme responsabilidad y la oportunidad de ayudarlos a ver su historia dentro de la historia de Dios y cómo responder a los desafíos actuales, incluyendo la IA.
Mantener lo principal como lo principal
Debido a esta enorme responsabilidad, debemos considerar la enseñanza como un acto intencional: crear experiencias, guiar la indagación y crear entornos atractivos donde el aprendizaje sea posible. ¡Es preciso tomarnos esta labor en serio! Además, creo que en la era de la IA debemos considerar los aspectos humanos de la enseñanza como la labor esencial e irremplazable que realizamos como educadores.
La IA puede ayudar con ciertas partes de la enseñanza: generar recursos, sugerir ideas para lecciones, desarrollar rúbricas y más. Pero no puede realizar el trabajo profundo, relacional y adaptativo de conocer a los estudiantes, interpretar el contexto y adaptarse a mitad de la clase. Tampoco puede comprender la alegría de ver cómo se iluminan los ojos de un estudiante al conectar.
Enseñar es mucho más que simplemente transmitir información a los estudiantes. Si confundimos la enseñanza con la mera entrega de contenido, corremos el riesgo de sobrevalorar lo que la IA puede hacer y de subestimar el arte humano de la educación.
¡Necesitamos que los humanos hagan el trabajo
que solo ellos pueden hacer!
Entonces, ¿en qué consiste este trabajo humano? Es escuchar atentamente, percibir las señales sutiles y responder con empatía. Es generar confianza para que los estudiantes se sientan seguros al asumir riesgos intelectuales. Es contar historias que les ayuden a comprender el significado de los hechos. Una educación distintivamente cristiana se trata de formar personas integrales, no solo de impartir contenido.
El trabajo humano es también el trabajo moral: preguntarnos no solo "¿Podemos hacer esto?", sino "¿Deberíamos hacerlo?" en nuestras aulas e instituciones. Al fin y al cabo, esta es una pregunta clave que todos los educadores deberían plantearse. No deberíamos adoptar herramientas solo porque sean nuevas, aunque esa tentación es real. Las tecnologías que decidamos implementar deben contribuir al desarrollo humano.
Cultivando la imaginación para la IA
Si queremos usar bien la IA, necesitamos cultivar una imaginación de lo posible, basada en la esperanza, no en el miedo. Eso significa preguntarnos:
· ¿Cómo podría la IA liberar tiempo para que los docentes puedan centrarse más en las relaciones y menos en las tareas administrativas?
· ¿Cómo podría ayudarnos a diferenciar la instrucción de manera que honre las necesidades de cada estudiante?
· ¿Cómo pueden las herramientas de IA ayudar a los estudiantes a explorar ideas, hacer mejores preguntas y crear cosas nuevas?
· ¿Cómo puede la IA ser parte de la obra de restauración a la que están llamados los cristianos, buscando seguir el camino de servicio de Jesús?
Pero también implica imaginar las posibles desventajas para poder protegernos de ellas: la dependencia de la IA para pensar, la pérdida de habilidades críticas o los atajos éticos que socavan el aprendizaje. En este mundo manchado por el pecado, estos son, lamentablemente, problemas reales.
Un llamado al coraje y a la esperanza
La era de la IA pondrá a prueba nuestra adaptabilidad como educadores. Sin duda, tendremos que replantearnos algunas de nuestras antiguas suposiciones sobre cómo trabajamos. Pero también es una promesa extraordinaria, si actuamos con imaginación, sabiduría y valentía.
Maestros y líderes escolares, ¡no nos van a reemplazar! La esencia de nuestro trabajo —el trabajo humano, el trabajo de amar, servir y discipular— no se puede automatizar. La IA puede gestionar tareas, pero no puede encarnar el cuidado, inspirar confianza ni ser un modelo de integridad. Ese es el trabajo humano irremplazable que llevamos a la escuela todos los días.
Así que, al experimentar con la IA, busquemos la sabiduría por encima de la novedad, la formación por encima de la mera información. Dejemos que nuestra imaginación se llene de historias de esperanza y restauración. Y confíen en que, con discernimiento, podemos usar la IA no para disminuir el lado humano de la educación, sino para elevarla. Nuestro objetivo debe ser glorificar a Dios sirviendo a nuestros estudiantes al máximo de nuestras capacidades, utilizando las herramientas y los recursos a nuestra disposición con creatividad, sabiduría y discernimiento.
Acerca del autor:
El Dr. Dave Mulder es profesor de Educación en la Universidad de Dordt, donde imparte cursos de tecnología educativa, educación STEM y fundamentos educativos, y es director del departamento. Con experiencia como profesor de matemáticas, ciencias, Biblia y tecnología en escuelas cristianas, y un doctorado en tecnología educativa, trabaja para traducir la investigación a la práctica para educadores de preescolar a 16.º grado. Recientemente publicó el libro Always Becoming, Never Arriving: Developing an Imagination for Teaching Christianly (Siempre en proceso, nunca llegando: Desarrollando la imaginación para enseñar cristianamente) y actualmente está dando los últimos toques a un libro sobre IA para educadores cristianos.

Enseñar en la era de la IA: imaginación, sabiduría y el trabajo que solo los humanos pueden hacer